💥 Franco Parisi: El Cínico que Salvó la Torre de Nakatomi – La Contención del Rechazo Cívico en la Política Chilena

Por Patricio Altamirano Arancibia

21 de noviembre, 2025

Franco Parisi se convirtió en un fenómeno electoral que nadie vio venir y que, de forma crucial, terminó beneficiando al mismo sistema que sus votantes repudian. Con más de 2.5 millones de sufragios, logró un tercer lugar que operó como un escudo de contención, impidiendo que el llamado «Rechazo Cívico» —la suma explosiva de abstención, nulos y blancos— se desbordara y superara los cinco millones. Parisi capturó la rabia, la canalizó y, de ese modo, estabilizó el tablero.

El alcance de este fenómeno se revela con crudeza en lugares tan impensados como las comunas populares. En Lo Espejo, bajo la conducción de una alcaldesa comunista, Parisi se alzó con un dramático segundo lugar, con el 21,58%, superando a José Antonio Kast (17,86%). Esto es una prueba irrefutable de que el economista no solo aglutinó el voto descontento de la derecha y el centro, sino que también fue capaz de acoger a un segmento significativo del voto desilusionado de la izquierda, aquel que el año pasado había dado el triunfo a la edil. Situación similar ocurrió en La Pintana, donde Parisi logró una segunda mayoría con el 26,77%. El votante, desesperanzado en el oficialismo y resistente a Kast, encontró en Parisi una opción de castigo transversal. En contraste, las votaciones de Parisi en las comunas del status quo como Las Condes (2,23%), Vitacura (0,82%) y Lo Barnechea (5,19%) explican un rechazo total de la élite hacia él.


El Paralelo John McClane: El Héroe Imperfecto y Funcional

Para entender su función política, debemos observarlo a través del lente del cine de acción. Parisi encarna al arquetípico «héroe cínico», un John McClane que, casi por accidente, se encuentra salvando el rascacielos —la Torre Nakatomi, metáfora del sistema político y económico chileno— de la furia que sus votantes representan.

McClane, el protagonista de Duro de Matar, es un policía neoyorquino, malhablado, cínico e imperfecto. Su atractivo no reside en ser un superhéroe corporativo, sino en ser el outsider involuntario que tropieza con una crisis. Parisi comparte este rol: no fue invitado a la fiesta de la élite, y ambos son vistos como populistas y poco pulcros por la «gente de corbata» que dirige el sistema.

La humanidad imperfecta de McClane, marcada por su matrimonio en crisis, se refleja en la vida personal de Parisi, signada por las deudas y los problemas de pensión alimenticia. Este rasgo, lejos de desmovilizar, paradójicamente, humaniza al héroe cínico. Tanto el policía como el político encarnan al «hombre común» que critica la soberbia de la élite, pero cuyas acciones, irónicamente, terminan preservando la estructura que critican. El objetivo de ambos es limitado: McClane solo quiere eliminar a los terroristas; Parisi, solo criticar a la «casta de gestores» y la corrupción, sin tocar la matriz económica fundamental.


Válvula de Escape y Contención del Rechazo

En el Chile post-estallido, el sistema temía al Rechazo Cívico, una fuerza explosiva que, de haberse unificado y radicalizado, habría exigido una transformación estructural profunda. Era vital evitar esto, y Parisi se convirtió en el elemento clave para domesticar esa fuerza, salvando a la élite que lo desprecia.

Su rol fue el de una válvula de escape institucionalizada. Su discurso anti-partidos y anti-políticos desvió la rabia del modelo económico hacia la «casta de gestores» y la «corrupción». Criticó el quién dirige, pero mantuvo intacto el cómo se estructura el poder y la riqueza. Parisi, al igual que McClane, desmanteló la amenaza (la frustración social) sin tocar la corporación (el modelo neoliberal).

Un elemento clave que reforzó su mito fue su modus operandi virtual y su campaña desde el extranjero. Su ausencia física se transformó en una presencia moral, elevándolo por encima de la «política terrenal». La pantalla se convirtió en su fortaleza, desviando el debate de la política material (salarios, pensiones, desigualdad) hacia la tecnopolítica y la ética superficial, minimizando el riesgo de una radicalización programática.


La Atomización como Estrategia de Élite

Si Parisi fue John McClane, el Partido de la Gente (PDG) fue la bomba desarmada.

El acto heroico de Parisi fue estratégico: logró que el voto de castigo se fragmentara y encapsulara en una fuerza sin cohesión ideológica: el Partido de la Gente (PDG). Pero el verdadero experimento de contención comenzó cuando esa fuerza llegó al Congreso.

Lo que ingresó al Parlamento no fue un partido, sino un conjunto de individuos unidos por una etiqueta anti-casta y la figura de Parisi, carentes de disciplina o programa común. La atomización del PDG en el Congreso fue rápida y brutal, confirmando la tesis de que se trataba de una fuerza de contención temporal, no de cambio estructural.

Los diputados electos, que debían encarnar al «hombre común» en la élite, comenzaron a chocar por conflictos internos y transfuguismo. La cohesión fue nula. El voto de castigo, que Parisi logró unir tras su figura, se desmembró en el hemiciclo, volviéndose ineficaz y caótico. El PDG fue perdiendo su representación efectiva y se desintegró al confrontar la realidad de la gestión del poder.

La Torre Nakatomi fue salvada porque la bomba del Rechazo Cívico, una vez detonada en el Congreso a través del PDG, solo produjo ruido mediático, no daño estructural. La élite política no tuvo que hacer nada para neutralizar a esta fuerza; ella misma se desarmó, dejando el camino libre para que la política tradicional se rearticulara.


La Encrucijada del Cínico: El Fin de la Pureza

Con la consolidación de su votación, la función del «Parisismo» se proyecta como perpetua: seguir fragmentando el voto de castigo, asegurando que ninguna fuerza outsider logre una mayoría contundente que amenace la estabilidad del modelo. La clase dominante tolera y se beneficia del héroe cínico porque este le ofrece un mecanismo para vacunar al sistema contra su verdadera amenaza.

Sin embargo, el final de la primera vuelta electoral plantea a Parisi un dilema insalvable que desafía su propio rol de outsider. Su popular eslogan fue «Ni fachos (Kast) ni comunistas (Jara)», una fórmula diseñada para canalizar el descontento puro. Ahora, con el balotaje entre las dos opciones que él explícitamente rechazó, Parisi está obligado a traicionar su propia base de castigo.

Esta encrucijada fragmentará inmediatamente al Partido. Si Parisi llama a votar por Kast o por Jara, estará forzosamente transgrediendo su consigna de pureza anti-sistema, forzando a sus adherentes a elegir una de las «castas» repudiadas. Por otro lado, si llama abiertamente a votar nulo o se mantiene en silencio, estará formalmente endosando el camino del Rechazo Cívico que, irónicamente, su campaña logró contener en la primera vuelta.

Cualquier elección que haga el héroe cínico solo confirma su función final: él canalizó la tormenta y cumplió su misión de salvar la estructura. Al terminar la elección, el outsider se enfrenta a la verdad de que su impacto fue contener, no cambiar. Dejó la Torre de Nakatomi en pie.

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