Fecha: 15 de noviembre
Autor: Patricio Altamirano Arancibia
La creciente manifestación del «Rechazo Cívico» no se limita a castigar a un sector político específico; se ha convertido en una implacable fuerza transversal que ahora golpea con especial dureza a la Centro-Izquierda. Al igual que ocurre con la derecha, esta corriente de voto castigo se nutre del desencanto ciudadano ante la condena selectiva y la percepción de que este sector intenta ocultar o minimizar su propia corrupción histórica y reciente.
La paradoja es evidente. La Centro-Izquierda (incluyendo a la Concertación y la Nueva Mayoría) ha levantado históricamente la bandera de la ética y la justicia social, pero su credibilidad se ha visto mermada por una serie de escándalos que van desde el financiamiento irregular de la política hasta casos de tráfico de influencias que se arrastran desde los años 90. En lugar de enfrentar estos casos con la misma vehemencia que exige a sus adversarios, gran parte del sector ha tendido a tratarlos como «errores administrativos» o «pecados del pasado».
El votante percibe un intento de «borrón y cuenta nueva» al concentrar su discurso exclusivamente en la corrupción de Chile Vamos o en la de la dictadura, mientras la memoria de casos como MOP-Gate, Caval, o los escándalos de fundaciones bajo la actual administración, son dejados convenientemente en segundo plano.
Para el ciudadano que impulsa el «Rechazo Cívico», la lección es clara: la falta de autocrítica y el intento de evadir su responsabilidad ante la corrupción propia es un acto de cinismo que socava el principio democrático. La Centro-Izquierda está aprendiendo, de la peor manera, que la selectividad en la condena solo resulta en una pérdida masiva de confianza y, consecuentemente, en una derrota electoral.
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