Autor: Patricio Altamirano Arancibia
Fecha: 14 de noviembre
El creciente fenómeno del «Rechazo Cívico», la suma de la abstención, voto nulo y blanco, se ha consolidado como una fuerza electoral silenciosa, pero demoledora, que amenaza con superar la votación de cualquier candidato de la derecha tradicional. La tesis es clara: esta corriente de rechazo no es ideológica, sino un voto castigo impulsado por el hartazgo ante la corrupción transversal y la hipocresía política.
El gran costo que está pagando la derecha chilena es su selectiva moralización. Mientras sus líderes y candidatos dedican sus esfuerzos a denunciar, con razón, los escándalos del actual Gobierno y los de la Nueva Mayoría/Concertación, mantienen un notorio y estratégico silencio cuando se trata de enfrentar los casos de corrupción vinculados a Chile Vamos (como los que salpicaron a la administración Piñera) o, peor aún, aquellos que tienen sus raíces en la dictadura de Pinochet.
Este doble estándar ha sido percibido por la ciudadanía como una falta de compromiso real con la probidad. Para el votante desencantado, un sector que solo condena la corrupción ajena («solo hablan de la corrupción de Boric») mientras ignora o minimiza la propia y la de sus referentes históricos, ha perdido toda autoridad moral. El «Rechazo Cívico» es la expresión en las urnas de quienes buscan castigar esta complicidad por omisión, entendiendo que el costo de callar la corrupción es, finalmente, la derrota en las elecciones.