LA SUPUESTA ANARQUISTA DEL SÉPTIMO PISO DE AHUMADA 48.

Patricio Altamirano Arancibia

Santiago de Chile,

8 de agosto de 2025.

En el séptimo piso del edificio de Ahumada 48, en el corazón de Santiago Centro, el ambiente era tan denso que la gente casi podía masticarlo. El Departamento de Estudios era un lugar donde las normas se retorcían al capricho de los superiores, convirtiendo el Estatuto Administrativo en un arma de doble filo. En ese clima de tensión, cualquier acción era susceptible de ser considerada una transgresión, y las sobreinterpretaciones estaban a la orden del día. Fue así como a Patricio Altamirano Arancibia, conocido por todos como «Pato», le impusieron una anotación de demérito.

Patricio, en un acto de valentía, se atrevió a solicitar una reconsideración. A pesar del ambiente laboral insoportable, logró presentar un argumento brillante ante la jefatura, que, para sorpresa de todos, mostró una grieta en su intransigencia. Su argumento era simple y contundente: antes de actuar, primero se investiga y se comprueba.

El ambiente de desconfianza se intensificó. Mientras Pato se ocupaba de trámites fuera de su oficina, una joven entró y se sentó en su silla con una confianza sorprendente. Su vestimenta de color negro, de inspiración anarquista, era absolutamente provocante para los que buscaban un motivo para la malicia. Cuando Pato regresó, la encontró frente a su computadora. La conversación que siguió fue intensa, llena de gestos y miradas, y para los malintencionados, aquello no podía ser otra cosa que una cumbre política.

Los rumores se esparcieron como pólvora: «Patricio Altamirano, en horario laboral, estaba hablando de política con una anarquista». Desde su llegada, la jefatura había sido constantemente presionada por subalternos que buscaban la salida de Pato. El jefe, sintiéndose obligado a actuar, sabía que el momento había llegado.

Como diría Foucault, el grupo de presión ya no necesitaba hablar. Su influencia era tal que había capturado la subjetividad del jefe. Ahora, la expulsión de Pato del servicio público parecía inevitable.

El mismo jefe que no le había dirigido la palabra desde la solicitud de reconsideración, se acercó a la oficina de Pato mientras este conversaba animadamente con la joven. Con una expresión que intentaba ser casual, se detuvo a su lado. Pato, un poco sorprendido, le dijo con total naturalidad: «Te presento a la investigadora que está realizando un estudio sobre apreciación musical». La cara del jefe se desfiguró. «Ah, ah, es la persona de la compra ágil», balbuceó, sin saber dónde meterse. Se dio la vuelta y se marchó. La interrupción fue tan irrelevante que la conversación entre la supuesta anarquista y el «Comandante Pato» (como lo apodaban con humor) prosiguió sin inmutarse.

El jefe, humillado y desarmado, aprendió a rebatir su propia hipótesis. La supuesta anarquista era, en realidad, una investigadora, y el tema de conversación era un estudio musical, no política. Con la lección aprendida, el jefe se dirigió al grupo del «rumor» y les ordenó que se detuvieran. El aire del séptimo piso, por un instante, se sintió mucho menos denso. Por cierto, pario este cuento corto.

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